jueves, 6 de diciembre de 2018

Ciudades Imperiales, 3.



Jueves, 26 de julio de 2018.-

      Muy temprano, a las 7:15, partía nuestro autobús desde el hotel con destino a Praga. Prevista una parada en el camino.

      Panorama similar al de la ruta desde Budapest a Viena: extensas llanuras boscosas y campos de girasol o maíz, aunque en esta ocasión pasamos cerca de una población importante: Brno, capital de Moravia, una de las regiones que componen la República Checa.

No lejos de allí se extendía un gran pantano, acondicionado además con zonas recreativas y algunas viviendas de residencia veraniega.

      Llegamos a Praga, como estaba programado, a la hora de comer. Nada más terminar el almuerzo se nos unió la guía local, checa, de nombre Elena, quien nos acompañó en todas las excursiones.

      (Importante el consejo previo de Leticia de usar calzado cómodo, porque las calles estaban empedradas con pequeños adoquines cuadrados y el recorrido fue de unas tres horas. También muy a propósito su consejo de prestar la máxima atención al paso de los tranvías, que circulaban con preferencia absoluta, o bien, cuidado al atravesar por los semáforos, porque en Praga, el “muñequito” se pone rojo en pocos segundos. Apenas da tiempo de atravesar la calle).


      Bien, pues comenzamos por Nové Mesto, Ciudad Nueva, hasta parar en la Plaza de la República para contemplar la Casa Municipal y la Torre de la Pólvora. Seguimos por calles comerciales y peatonales. Bellos escaparates con exposición de figuras talladas con el famoso cristal de Bohemia, región de la que Praga es capital además de la del estado. También son típicas las joyas con granate, piedra semipreciosa de ese color y de gran dureza.

      Continuamos dejando a nuestra izquierda la  Plaza de San Wenceslao y en su fondo el Museo Nacional (a ese lugar me referiré más delante de forma detallada).


      Llegamos poco antes de las 15:00 horas a Stare Mesto, Ciudad Vieja, y a su plaza principal, donde se encuentra el famoso reloj astronómico de época medieval. Esperamos que marcara la hora exacta para escuchar las campanadas y ver las figuras de los doce apóstoles girando, aunque fue un tanto simulado porque el reloj se encontraba en reparación.


      Después de un tiempo libre, continuamos hasta atravesar el río Moldava por el majestuoso puente de Carlos, peatonal, de gran anchura y decorado con numerosas estatuas y transitado de forma constante por multitud de personas.

      Reunidos de nuevo en las torres del otro lado del puente, paseamos por el bello barrio de Malá Strana, Ciudad Pequeña. Allí nos indicó Elena la calle de la iglesia donde se encuentra el Niño Jesús de Praga.

      A la vista de las numerosas carpas que nadaban en el estanque de unos jardines, nos comentó Elena, que son frecuentes los criaderos de esos peces en el país. Aderezados y al horno son comida típica de Navidad. Sabía que para nosotros (ella conocía España) es un pescado de tercera categoría, pero que, como la República Checa está muy alejada del mar, la oferta de pescado fresco es muy limitada y costosa.

      Terminada la visita, retornamos al hotel con el autobús. Descanso y cena a hora temprana.

      Como era pronto para recogernos, nosotros paseamos por el entorno y nos encontramos con una rotonda en medio de una plaza, donde había un furgón con servicio de bebidas, generalmente cerveza. Ambiente muy animado. Disponían de mesas, sillas, incluso hamacas. Muchas personas acudían con algo de comida. Debía ser un espacio municipal. Nos comentaron que aprovechaban la corta temporada de buen tiempo para disfrute en la calle.

Nos sentamos, pedimos la afamada cerveza checa que, ciertamente, resultó exquisita y a muy buen precio. Los camareros muy agradables. Me entendí con ellos hablando un poco de español, un poco de inglés y un mucho de simpatía por su parte.

Motivados por esa animación (incluso hubo baile en una ocasión), visitamos la zona las tres noches de estancia en Praga. Pasamos gratos momentos, a veces con compañeros del grupo.

Viernes, 27 de julio.-


      Esa mañana visitamos la zona monumental llamada del Castillo, situada en una colina con maravillosas vistas de la ciudad.

      Entramos en la catedral de San Vito, donde se encuentran numerosos sepulcros notables, entre ellos el del propio San Vito, San  Juan Nepomuceno y el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Fernando I, quien fuera hermano de nuestro Carlos I.

También se custodia el tesoro y las joyas de la corona. Para su acceso se precisan 7 llaves, cada una en poder de diferentes autoridades de alto rango.


      Después de visitar el Palacio Real, recorrimos el llamado Callejón del Oro, de pintorescas casas de apariencia humilde. La número 22 fue adquirida por la hermana del escritor Kafka, para que éste pudiera retirarse a escribir tranquilo.


      Desde la zona del Castillo podíamos divisar otra colina, también con bellas vistas panorámicas, llamada de Petrin, donde se erige una torre del mismo nombre, que se parece a la torre Eiffel. Aunque su altura es solo de 63 metros, los nativos comentan con humor, que es tan alta como la parisina. Claro que, para ello no cuentan la base del monte.

      Bajamos caminando por una zona de viñedos llamados de San Wenceslao, hasta llegar al restaurante concertado para la comida. Después del almuerzo, nosotros retornamos en autobús al hotel. Tarde libre.

      Tras un tiempo de descanso, nosotros nos desplazamos en metro, como así llaman también en Praga a ese medio de transporte, hasta la parte antigua. Las líneas están a una profundidad considerable y los trenes circulan a gran velocidad.


      Primero nos dirigimos al barrio judío para visitar una de las principales sinagogas de la ciudad. Llegamos gracias a las indicaciones de unas señoras, al parecer madre e hija. Las menciono como recuerdo de gratitud hacia ellas por tanta amabilidad. Se estaban comiendo sendos helados, pero que no llegaron a terminar por atendernos. Tras consultar detenidamente un mapa, al final nos indicaron en inglés que tomáramos la tercera calle a la izquierda.


En las inmediaciones de la sinagoga nos encontramos con una familia compañera del grupo, que nos orientó hasta un importante cementerio judío.

Es frecuente ver en el suelo unas placas cuadradas de latón con inscripciones de víctimas del Holocausto. No se me ocurrió tomar alguna foto oportuna más representativa que la expuesta, pues solo recoge una de ellas.  

      Continuamos callejeando hasta llegar al puente de Carlos, lo cruzamos y llegamos hasta la iglesia donde se encuentra el Niño Jesús de Praga. Nos sorprendió el recogimiento de los fieles allí presentes. En realidad, esa actitud era común en el interior de los templos que visitamos en cualquiera de las tres capitales.

      A la vuelta íbamos con idea de llegar a las cercanías de la plaza donde está el reloj astronómico, porque allí habíamos visto unos típicos puestos de comida y esa noche, como todas las segundas de estancia en cada ciudad, no teníamos incluida la cena.

      Embocamos por una calle equivocada y nos extraviamos. Vimos a un grupo de españoles, a cuyo frente iba una señora portando una varilla con un lazo arriba a modo de guía y me dirigí a ella para preguntarle. Empezó a reírse y se volvió al grupo para decirles que hacía tan bien su labor que hasta dos extraviados como nosotros le preguntaban. Yo “piqué el anzuelo”, pero al final todos nos reímos, fue muy divertido, aunque tampoco conocían la orientación precisa. Al final preguntando por aquel laberinto de calles de la Ciudad Vieja, llegamos a nuestro destino.

      Tomamos el metro de regreso en una de las estaciones que parten de la fachada de un edificio. Ya nos indicaron que eran frecuentes, pero que mirásemos bien, porque solo ponen el nombre de la estación, sin logotipo llamativo.

      Antes de recogernos en el hotel, nos detuvimos de nuevo en la animada rotonda a que antes hice referencia. Allí se personaron varios compañeros. Compartimos un grato encuentro con un amable matrimonio de Urioste, Ortuella (Vizcaya), que ya conocíamos desde Budapest. Curiosamente, aquí toma realidad el dicho de que “el mundo es un pañuelo”, pues ellos fueron vecinos y son amigos de una familia muy querida por mí desde los tiempos de mi larga etapa bilbaína.

Con la próxima entrada daré término a estos relatos.

sábado, 20 de octubre de 2018

Ciudades Imperiales, 2.



Martes, 24 de julio de 2018.-

      A las 8:30, salida del autobús desde el hotel en Budapest con rumbo a Viena. Prevista una parada en el camino.

      Extensas llanuras húngaras, pero no divisábamos núcleos de población. Terreno verde y boscoso. Campos de girasol y maíz.

      Nos resultó curioso contemplar que los viaductos sobre la autovía, previstos para el cruce de ganado, estaban cubiertos de vegetación.

      Entramos en Austria y el panorama era similar hasta las cercanías de Viena, ciudad a la que llegamos, como estaba previsto, a la hora del almuerzo.  

      Justo después de la comida se incorporó la guía local, de nombre Cornelia, austriaca, con dominio del español. Dio comienzo la visita panorámica de la ciudad. Primero en autobús por Ringstrasse, avenida en forma de herradura consecuencia del derribo de las murallas para el ensanche en tiempos del emperador Francisco José, cuyo interior encierra el casco antiguo.

      Vistas del canal o dársena del Danubio que discurre por la ciudad (el curso fluvial está desviado), con numerosas y animadas zonas de jardines, recreativas y de restauración.

      De lejos divisamos la famosa noria del siglo XIX y aún en lento funcionamiento, con sus compartimentos que semejan vagones de tren.

      Posterior parada para recorrer los jardines y vista externa del palacio de Belvedere.


     Continuamos de nuevo en autobús. Nueva parada para pasear por la zona central: Ópera, que fue el primer edificio construido cuando el ensanche, Ayuntamiento, Museo Albertina, importante en pinturas, dibujos y grabados, palacio de Hofburg... En uno de sus anexos la Escuela Española de Equitación. Al fondo, en unas caballerizas vimos algunos ejemplares.

      Luego nos explicó Cornelia que solo se trataba de las yeguas que paren en abril y quedan allí con sus crías, todos los demás estaban de veraneo en Pibes, por los Alpes. Los animales son considerados como funcionarios del Estado. Actualmente son blancos, de raza lipizzana, aunque continúan con la técnica española de doma.
      Fin de la jornada y marcha al hotel, en este caso el Senator.



Miércoles. 25 de julio.-

      Esa mañana el autobús nos llevó hasta el palacio de verano, llamado Shömbrunn. Allí nos esperaba Cornelia, la guía local quien nos mostró y explicó todo el interior del mismo, visita incluida en la programación.

      Después dispusimos de tiempo libre para pasear por los extensos jardines y llegar hasta una monumental fuente. También un pabellón donde solían desayunar el emperador Francisco José y la emperatriz Sissí. Desde sus ventanas podían contemplar algunos animales salvajes cautivos, que fue origen del actual zoológico de Viena, situado al final de los jardines.

      Con todo, Cornelia nos informó que la emperatriz más recordada y querida en Austria es María Teresa, vienesa, tatarabuela de Francisco José, primera y única mujer en ocupar el trono de los Habsburgo. Tuvo 16 hijos, entre ellos María Antonieta, reina de Francia.

      Terminada la visita, se despidió la guía local y el autobús nos acercó al restaurante donde estaba concertado el almuerzo. Era sistema bufé, pero la variante de un primer plato nos la ofrecía un cocinero austriaco en un  claro y animado español.

      Concluida la comida quedaba la tarde libre con posible retorno al hotel en el autobús, o bien apuntarnos a algunas excursiones opcionales de pago aparte. Nosotros nos apuntamos a la siguiente, con todo su recorrido a pie:



Ópera.

      El guía local para esa tarde: Karlos, vienés. Nos dijo que estuvo trabajando, no recuerdo de qué, en la Ópera, por tanto, perfecto conocedor del edificio. Con sus ahorros estudió español y residió un tiempo en Salamanca y Cádiz.

      Impresionante y bello edificio. Por ausencia de ensayos, aunque sí algunos trabajos de mantenimiento, pudimos verlo con cierta tranquilidad a pesar de la masiva afluencia de turistas. Las funciones se suspenden entre julio y el 7 de septiembre y se trasladan a Salzburgo.

      Aparte del lujo interior, nos impresionó la enorme nave tras el escenario donde montan toda la tramoya. Nos dijo que entraban hasta 60 camiones. Los vestuarios los mantienen en un edificio al otro lado de la calle y se comunican por un túnel.

      Mantienen 300 representaciones cada temporada. En cuanto a precios, como curiosidad, nos habló Karlos que hay entradas de 5 euros para quienes aguanten de pie en la parte de arriba la larga duración de algunas obras. 10 euros en zonas sin visibilidad, solo con la posibilidad de escuchar. Así hasta los altos precios del patio de butacas o determinados palcos.

      Con todo, nos explicó Karlos, que la ópera no es rentable a pesar de toda esa actividad, si no fuera porque que el jueves anterior al Miércoles de Ceniza, se celebra un baile de gran gala y puesta de largo de señoritas de la alta sociedad, incluso internacional, acompañadas de jóvenes engalanados y con guantes blancos. En esa ocasión, los asientos valen entre 15.000 y 25.000 euros y 80 euros cada copa de champán.

      También habría que añadir los ingresos por el ocasional alquiler para determinados eventos de la sala de Francisco José, que alcanza  los ¡80 euros por minuto!
Bueno, Francisco José disponía de esa sala, que también visitamos, pero parece que la ocupaba poco, pues como soldado, era más aficionado en acudir a la caza que a la ópera. Sissí era quien acudía con frecuencia.



Biblioteca Nacional.

     Ocupa el cuerpo principal del edificio del palacio de Hofburg. Posee tal número de valiosos libros que, según la información de Karlos, es la tercera biblioteca en importancia del mundo, tras las del Vaticano y Washington. También es muy numerosa su colección de antiguas esferas del globo terráqueo.

      Dispusimos de suficiente tiempo libre para nuestra particular observación.


Catedral de San Esteban.

      Después continuamos caminando hacia la catedral. Previamente, Karlos, buen conocedor de ciudad, nos desvió por unos patios y pasadizos llenos de encanto. Dentro de uno de aquellos pasadizos nos mostró la casa donde temporalmente residió Mozart.

      La catedral nos fue explicada por fuera. De estilo gótico, fue empezada a construir en la Edad Media, pero aún está inconclusa, pues como en el caso de la de Estrasburgo, le falta por levantar la segunda torre de elevada altura.

      A la plaza, ante la entrada principal, llegó Leticia para acompañar a quienes se habían apuntado además a escuchar un concierto. Karlos se despidió y nosotros entramos para ver por dentro la catedral.

     A continuación, larga caminata y frecuentes preguntas hasta llegar al Ayuntamiento y a la iglesia llamada Votiva, cerca de donde paraba el tranvía 43 que nos llevaría de retorno hasta la proximidad del hotel. El camino no nos resultó tan corto y sencillo como nos indicaron, o tal vez, nosotros no seguimos el más directo.

      Finalmente, llegamos al hotel. Como era la segunda noche de estancia, la cena no estaba incluida según comenté en la entrada anterior. Cenamos en un restaurante griego próximo al mismo, dando término a la visita de Viena. Preciosa ciudad.

Continuará.
     

sábado, 15 de septiembre de 2018

Ciudades Imperiales, 1.



      Para el tradicional viaje estival, mi mujer y yo (en adelante me referiré ocasionalmente como nosotros), optamos el presente año de 2018 por repetir un circuito en autobús organizado de nuevo por la empresa turística Travelplan.

      En esta ocasión nos decidimos por visitar las llamadas Ciudades Imperiales: Budapest, Viena y Praga; viaje que, por alguna razón, nos quedó frustrado tiempo atrás. El circuito también incluía Karlovy Vary, ciudad checa de balnearios.

      Quizás sea más clásico o habitual el recorrido a la inversa, pero nosotros decidimos iniciarlo por Budapest, simplemente porque la llegada estaba prevista de mañana y los otros vuelos arribaban avanzada la tarde.

      Además, aparte de aprovechar la jornada, esa opción nos permitía un contacto previo y oportuno con el grupo, evitando así los problemas sufridos el año anterior en Roma por la desconexión con el mismo, al llegar ya de madrugada al hotel, según expuse en la entrada de 7-1-18.

      Comienzo ya sin más el relato del viaje de la forma más resumida que me sea posible por no hacerlo tedioso, contando solo los casos más relevantes, con el añadido de algunas curiosidades o anécdotas. Aún así, fue tanto lo visto y escuchado, que precisaré de varias entradas para ultimarlo.

Domingo, 22 de julio.-

      En vuelo concertado por la empresa turística citada con la compañía aérea polaca “Enter Air”, a las 12:00 horas llegamos a Budapest procedentes del aeropuerto de Barajas, donde nos recogieron para los traslados a diferentes hoteles.
      Nos correspondió el Ibis Aero, donde nos esperaba nuestra guía responsable y acompañante durante todo el circuito: Leticia Mayor.

     Leticia resultó ser una admirable mujer, instruida y de trato afable. Nos facilitaba precisa información cultural durante los recorridos y la forma de desenvolvernos en Hungría o la República Checa con su diferente sistema monetario; florín o corona respectivamente.

     Siempre respondía con agrado a nuestras preguntas; siempre pendiente para evitar cualquier posible extravío. Además, en los tablones de los hoteles, dejaba nota escrita de la programación y modos de desplazarnos en transporte público por las ciudades.

      Dispusimos de la tarde libre con cena incluida a las 20:30 horas. Leticia negoció ese horario más cercano al acostumbrado español, ya que estaba prevista para una hora antes.


      Una vez aposentados, nosotros, como la mayoría de compañeros, nos desplazamos en largo recorrido de autobús público al centro, en este caso de la parte de Pest, donde se ubicaba el hotel, no solo por aprovechar la tarde y conocer esa zona de la ciudad, sino por alimentarnos, pues solo habíamos tomado un ligero desayuno.

     Regresamos al hotel con tiempo suficiente para cenar.

Lunes, 23 de julio.-

      Temprano desayuno en el hotel en régimen de autoservicio, pero ya estaba el comedor atestado de comensales y asistentes en pleno actividad.

      En mi caso no encontraba café descafeinado. Por lo visto allí no es habitual. Conseguí entenderme con un empleado, quien me trajo de la cocina una taza con un poco de líquido negro, supuesto descafeinado, que vertí en mi taza de leche.

      Terminados los preparativos, nos sentamos, mi mujer frente a mí. Me levanté un momento por olvido de azúcar y mi mujer hizo lo propio por mermelada. Cuando llegamos a nuestros sitios no encontramos nuestros desayunos. Supuse, o que me había confundido de lugar, o que mi mujer lo había mudado.
Yo, a mi mujer: “¿Asun, qué has hecho con las bandejas?”
Mi mujer: “¿Yo…? Nada, no las he movido de lugar, sé lo mismo que tú”.

¡Resultó que con aquel ajetreo y prisas, al verlas solas, los camareros las habían retirado intactas!

Vuelta a empezar con los preparativos del desayuno, pero ya no estaba por la labor de repetir la conversación con un empleado para conseguir otro descafeinado. Me limité a echar en la leche un sobre de lo que fuera para cambiar de color y asunto concluido. Eso sí, ya con la precaución de tener las bandejas bien asidas.

      A las 7:45 nos recogió el autobús para iniciar el recorrido, ya acompañados también por guía local como es preceptivo en cada ciudad o monumento. En este caso, una mujer cuyo nombre no recuerdo, pero sí que, aunque nativa, nos hablaba en un fluido y ameno español.


      Primero nos dirigimos a la otra orilla del río, a la parte más antigua de la ciudad, la llamada Buda, que en su mayor parte está edificada en una colina.

      Empezamos por el barrio monumental del Castillo. Visitamos la representativa iglesia de San Matías, conocida por otros nombres, entre ellos el de la Coronación, pues allí fueron coronados Francisco José y Sissí. Muy cerca, se encontraba una gran estatua ecuestre en bronce de San Esteban.

      Desde arriba se pueden contemplar unas maravillosas vistas de la ciudad, con el magnífico edificio del Parlamento Nacional en la orilla del Danubio, situado en la parte de Pest.


      Junto a la colina de Buda se encuentra la de Guéllert, donde se levanta la estatua que llaman de la Libertad.

      Hacía calor, aunque esa mañana se había suavizado por la lluvia, intensa en ocasiones.


      Pasamos de nuevo a la parte de Pest para recorrer sus lugares más emblemáticos, como la  Plaza de los Héroes, aunque no tuvimos oportunidad de detenernos y contemplar sus monumentales estatuas en bronce erigidas en 1896, con motivo del milenario de la llegada de los fundadores de la nación: 7 tribus magiares, como ellos se llaman a sí mismos, procedentes de los Urales.

      En Budapest son muy numerosos los balnearios, baños y fuentes termales en algunas calles.

      A continuación, pasamos a un barco atracado en la orilla de Pest, donde nos recibieron con una copa de cava o refresco. Brindamos en húngaro. Recuerdo que se decía algo así con Eguisigatra.

      Después nos trasladaron a otro barco que estaba a su lado y dimos un romántico y largo paseo por el Danubio. Pasamos muy cerca del Parlamento y bajo algunos puentes. El más famoso es conocido como de Las Cadenas, aunque también es muy popular otro blanco que llaman de Sissí, emperatriz muy vinculada a la ciudad.

      Retornamos al barco de origen donde estaba preparado el almuerzo. Una vez terminada la comida, concluía la visita programada.
      Nosotros optamos por apuntarnos a una de las excursiones opcionales y de pago aparte, según relato a continuación.



Parlamento.

      Esa fue la primera visita concertada. Impresionante y bello edificio, tanto en su exterior como por su decoración interior, incluso con paredes o artesonados recubiertos de pan de oro.

      Según la información de la guía, es el tercer parlamento del mundo en dimensiones, tras los de Bucarest y Buenos Aires.

      Quizás por tradición, en la Sala de la Cúpula, dos guardias con vistosos uniformes y solemnes giros custodian la corona y demás atributos regios de San Esteban I, pues en realidad se trata de réplicas. Los originales fueron trasladados al Museo Nacional.

      En otra estancia, la guía nos mostró un mapa de la Hungría anterior al final de la I Guerra Mundial. Alineada con el bando perdedor, dos tercios de su territorio quedaron anexionados a las naciones vecinas. Por ello, nos comentó que, cuando les preguntan con qué países limita Hungría, responden que con sí misma.



Basílica de San Esteban.

      Continuamos en autobús para visitar esta majestuosa basílica, considerada catedral, también situada en la parte de Pest. Es el templo religioso católico de mayores dimensiones de Hungría.

      Como simple curiosidad, añadiré que, en la cripta está enterrado Puskas, quien fuera  mítico jugador del Real Madrid.

Mercado Central.

      También en Pest se sitúa este importante mercado. Hasta allí nos llevó el autobús y se despidió la guía local. Fue entonces Leticia quien nos fijó un tiempo libre y nos informó sobre los productos tradicionales, como embutidos y patés. También encontramos vinos húngaros que desconocíamos. La planta de arriba estaba dedicada a artículos de regalo.

      Reunidos en el punto de encuentro, caminamos hasta el autobús para retornar al hotel. La cena no estaba incluida en la segunda noche de estancia en cada ciudad. Cenamos por nuestra cuenta en un pequeño y acogedor restaurante junto a la recepción del mismo, que disponía incluso de terraza y zona ajardinada. Terminaba así la visita turística a Budapest. Preciosa ciudad.

Continuará.
     

sábado, 7 de abril de 2018

Ruta italiana, 4.



Sábado, 29 de julio de 2017.-

Esa mañana, como de costumbre, nos recogió el autobús estacionado próximo a la puerta del hotel para trasladarnos a la basílica de San Pablo Extramuros, primera de las visitas programadas para la jornada.

Llegados allí, se unió a nosotros el guía local, del que en este caso recuerdo su nombre: Nino, un simpático italiano que hablaba un asombroso español, incluso utilizando todo tipo de modismos y refranes en nuestra lengua cuando venían al caso. Como tenía aspecto de mexicano y el agradable acento de ese querido país, le pregunté por su origen y, para mi sorpresa, me respondió que era de ascendencia italiana, incluso, si mal no recuerdo, nativo de Roma. Lo curioso es que él mismo se sorprendía de su acento y no le encontraba explicación, pues aunque estuvo casado con una mujer de habla hispana, ésta era dominicana y no mexicana.

La basílica y una abadía anexa forman el impresionante conjunto de San Pablo Extramuros. El interior del templo se encuentra repleto de obras de arte, entre ellas, una serie de medallones con las figuras de los papas, desde San Pedro hasta el actual: Francisco, seguidos de otros en blanco en espera de sucesivos pontífices.
Con todo, el atractivo principal es el sepulcro donde la tradición popular sitúa los restos de San Pablo, martirizado en tiempos de Nerón y enterrado allí, lo que convierte el lugar en uno de los puntos de destino y veneración de las peregrinaciones católicas romanas.


Viajamos después para conocer las catacumbas de Domitila, llamadas así porque la tradición cuenta que se excavaron en terrenos cedidos por Flavia Domitila, nieta del emperador Vespasiano y sobrina de su hijo, el también emperador Domiciano, quien, a pesar del parentesco la mandó ejecutar por cristiana.

Durante el trayecto, Nino nos explicaba cuanto de interés se divisaba en el entorno. Sobre las catacumbas nos informó que hay sesenta localizadas en Roma, de las que unas seis son las visitadas, pero que no diéramos crédito a la general creencia de que eran lugares de ocultación de los cristianos huyendo de las persecuciones de los romanos; escenario tan falso como recurrente que nos muestran las películas, pues, ni mucho menos ofrecían espacios de refugio. Ya lo comprobaríamos.

Eso mismo nos confirmó la guía encargada para la ocasión cuando iniciamos el descenso, en un recorrido limitado de los quince kilómetros descubiertos.

En principio visitamos una pequeña basílica, pero ya construida a fines del siglo IV por el papa San Dámaso, sobre la cripta donde fueron enterrados los mártires Nereo y Aquileo. Después nos adentramos en las galerías; todo un laberinto de estrechos y tenebrosos pasillos distribuidos en varios niveles de profundidad. De cuando en cuando, aparecían algunos espacios que sirvieron de panteones familiares.

También vimos infinidad de nichos rectangulares y de escaso fondo excavados en las paredes, muchos de ellos de pequeñas dimensiones, para niños, pues los cadáveres eran sepultados en posición lateral, simplemente envueltos con ropas. A los lados se pueden comprobar los huecos para las lámparas de aceite, de las que había colecciones y, a veces, aún se pueden apreciar las manchas de tizne que desprendían. Aparte de una tenue iluminación, esas lámparas ardiendo reducían la pestilencia. Nos quedó claro que lugares tan insalubres, tétricos y estrechos, no reunían condiciones de escondite para ningún colectivo.


Son frecuentes los frescos sobre algunos nichos o panteones.  En una tumba en forma de arco, pudimos contemplar en la parte interna superior la pintura de una Santa Cena y de frente, a San Pedro y San Pablo. El primero con pelos rizados y canosos en la cabeza y la barba y el segundo bastante calvo y con barba negra. La guía nos hizo notar que San Pedro no portaba las llaves de Cielo, atributo aún no considerado por aquellos primeros cristianos.

A la caída del Imperio Romano las tumbas fueron saqueadas, en busca de objetos de valor.

Salí impresionado a la superficie, pero contento por la histórica experiencia vivida. Eso sí, plenamente convencido de que, en solitario, yo no bajaba ni a la pequeña basílica iluminada, aun con la certeza de recoger un tesoro.

(Mi gratitud al componente del grupo que, con disimulo, tomó una serie de fotografías y me proporcionó algunas, lo que me ha permitido seleccionar las dos que ilustran este apartado).

Seguimos la ruta de nuevo con Nino como guía local e Isabel como responsable del grupo, para visitar desde el exterior la basílica de San Juan de Letrán, considerada la catedral de Roma por ser la sede de su obispo, o sea, del papa.


La que sí conocimos con detalle fue la basílica de Santa María la Mayor. Otro templo repleto de obras de arte. En su interior están enterrados varios papas y también se encuentra la tumba del famoso escultor Bernini.


A la derecha de la puerta principal, bajo unos soportales, se erige una estatua en bronce al rey español Felipe IV, benefactor de ese templo, muy vinculado a la corona española hasta la actualidad.

Una vez terminada la visita nos despedimos de Nino y marchamos hasta el autobús para retornar a mediodía al hotel.


Esa tarde, a las 20:00 horas, nos recogieron de nuevo para trasladarnos al barrio del Trastévere, pues teníamos incluida una cena típica italiana en un restaurante llamado La Piazzeta.

Nos encantó el bohemio y castizo barrio por su bullicio y animación, incluso vecinos jugaban a las cartas en una mesa situada en plena calle. Un ambiente latino, familiar, que nos recordaba las películas del cine neorrealista italiano, algunas de ellas interpretadas por Alberto Sordi, nativo del lugar, cuya casa de nacimiento lo señala una placa como pudimos comprobar.

Finalmente, gran parte del grupo regresamos al hotel en el autobús y algunos se quedaron para volver por su cuenta.

Domingo, 30 de julio.-

Bueno, pues nos llegó el día del retorno. Hubo quienes aprovecharon la mañana libre para conocer algunos lugares de Roma donde no estuvimos, o solo visitamos de pasada, pero mi mujer y yo, en previsión de que por cualquier contrariedad perdiéramos el vuelo a Sevilla, optamos por permanecer en el entorno del hotel donde nos recogerían a las 15:15 para trasladarnos al aeropuerto.

Llegó la hora y nadie aparecía para recogernos. Rebasados unos minutos de incertidumbre, me vi obligado de llamar al número de teléfono previsto para casos de emergencia. Me respondieron que no nos preocupásemos, pues un coche ya estaba en camino.

No voy  extenderme por no hacer tedioso este apartado, pero lo cierto es que al final, aunque llegamos a ponernos en cola justo con las dos horas previas al vuelo exigidas, no llegamos a tiempo al mostrador de facturación y, aunque facturaron nuestro equipaje, nos entregaron tarjetas de embarque sin asientos, a pesar de tener el vuelo cerrado con meses de antelación: overbooking.

Tuvimos que superar infinidad de dificultades, pero por suerte, al final conseguimos el vuelo previsto a Sevilla.

Durante el trayecto aéreo, pudimos divisar con claridad todo el través de la isla de Cerdeña.

Ya en Sevilla, mi hijo me comentó que venden determinado porcentaje de billetes por encima de la capacidad del avión, en previsión de quienes no se presenten, por lo que es recomendable confirmar la tarjeta de embarque con antelación. Nada sabíamos, ya que en los años precedentes viajamos en vuelos concertados con los cruceros.

Curiosamente, el lunes siguiente, en el panel de un concurso televisivo pudimos leer: “overbooking: estafa legal que puede arruinarte las vacaciones”. En nuestro caso no llegó a tanto, pero desde luego, aquella tarde nos la amargó.

Con todo, remato estos relatos como los inicié. La experiencia fue inolvidable, por cuanto viajamos, por cuanto vimos, por cómo nos fue explicado, por las personas que conocimos y porque vivimos momentos que la convirtieron poco menos que en una aventura.

Vale.