Por
las razones que exponía al término de la última entrada, publicada el pasado
día 21 de enero, con la que daba fin al relato del crucero desde Venecia a
Estambul, al año siguiente, o sea, en 2016, mi mujer y yo repetimos la
experiencia. Para la segunda ocasión, elegimos el mar Báltico como escenario.
La
compañía fue la misma: la italiana Costa Cruceros. El buque, el Costa Luminosa, aún más lujoso que el
Costa NeoClassica con el que navegamos el año anterior.
Pero
en adelante, afectado ya por la pereza narrativa después de cinco años dedicado
a estos menesteres de bloguero aficionado, salvo casos imprevistos, me limitaré a relatar algunos viajes, siquiera
porque quede constancia para mi propio recuerdo.
Estocolmo. Sábado, día 9 de julio de 2016.
Conforme
a mi propósito, prescindo de contar el viaje previo y estancia del día anterior
en España y me sitúo ya directamente en las 15 horas de ese día cuando, en
vuelo procedente de Madrid, aterrizamos en el aeropuerto de Arlanda.
Temperatura
agradable. Unos 23 grados. Ligeras lluvias.
Para
nuestra grata sorpresa, personal de la compañía se encargó de transportar
nuestros equipajes hasta la misma puerta de los camarotes.
Como
la distancia hasta el puerto de Estocolmo es de unos cincuenta kilómetros, nos
trasladaron en autobús. Tuvimos así la oportunidad de contemplar un bello
paisaje, llano o ligeramente ondulado, muy verde y forestado.
Los
campos de cultivo para el ganado estaban ya cosechados y las alpacas, de forma rectangular,
dispuestas de forma ordenada y envueltas en plástico blanco.
Teníamos
reservado el camarote 8.357, situado en la aleta de estribor, a una altura de
un edificio de ocho plantas.
Era
lujoso, incluso disponía de un balcón exterior equipado con dos sillas y una
mesa. Lástima que solo en contadas ocasiones pudimos gozar de esa intimidad
externa contemplando el panorama, bien por las frecuentes lluvias, bien por
temperaturas demasiado frescas a medida que avanzábamos con rumbo norte.
Esa
tarde la dedicamos a acomodarnos, registrar la tarjeta personal de crédito y
conseguir la interna, que nos facultaba para todo tipo de pagos a bordo y como
documento de identidad.
Cambiamos
el turno para la cena a las 21:30, pues, en contra de lo previsto, nos habían
asignado el primero, o sea, a las 19:00, que para nosotros supone una hora más
propia para la merienda.
Recorrimos
las distintas dependencias y servicios del buque. Los puentes o cubiertas
tenían nombres de gemas. Consultamos el Diario
di Bordo (el año anterior el Today); hoja divulgativa donde publican
las distintas actividades internas y externas.
Concertamos
las distintas excursiones elegidas y nos entrevistamos con la asistenta en
lengua española.
No
tuvimos problema alguno para expresarnos en español, aunque, si el año pasado
era el idioma sobresaliente a bordo, ahora solo resultaba notable, pues la
mayoría del pasaje la componían italianos. También eran numerosos los
tripulantes de habla hispana.
A
las seis de la mañana del día siguiente zarpamos con destino a Helsinki. Para
salir al mar abierto hubimos de recorrer el fiordo de Estocolmo. Tiene una longitud de 54 millas. Es llano y
muy arbolado. El litoral lo componen unas 27.000
islas, algunas diminutas, otras con
dimensiones para ser habitadas, aunque solo fuera con una sola casa típica de
esos países nórdicos. En suma, un bello panorama.
Helsinki. Lunes, día 11 de julio de 2016.
Llegada
a las 8:00 horas. 193 millas recorridas desde Estocolmo. 26 horas de
navegación.
Temperatura
similar a la de Estocolmo. Nubes y claros, pero sin lluvias.
La
excursión elegida fue la de visitar primero el pueblo medieval de Porvoo y así
tener la oportunidad de viajar por autobús unos 50 kilómetros por tierras
finlandesas, antes de retornar a la capital.
Contemplamos
un precioso paisaje ondulado, muy arbolado, con abundante agua y también, los
campos de cultivo de forrajes ya recolectados. Las alpacas también envueltas en
plástico blanco, pero en ese caso, de forma cilíndrica y no rectangular como en
Suecia.
Mucho
nos gustó Porvoo, pequeña ciudad
medieval que recorrimos a pie. Edificios antiguos pero muy bien conservados,
adornados con numerosas plantas y flores. Calles muy pintorescas.
El
conductor, un típico finlandés, hablaba un aceptable español. Me informó que su
madre pasaba temporadas en la Costa del Sol, donde él acudía con frecuencia.
Por
el contrario, la guía tenía aspecto moreno y un sorprendente dominio de nuestro
idioma. Le pregunté admirado y me informó que era argentina, pero que ya se
sentía integrada en Finlandia.
A
media mañana llegamos a Helsinki. El autobús nos dejó en la zona central. Tenía
verdadera ilusión y curiosidad por visitar esa ciudad desde que leí hace
bastantes años Cartas finlandesas, de
Ángel Ganivet.
Es
de destacar la amplia Plaza del Senado, presidida por una estatua ecuestre del
zar Alejandro II y la proximidad en alto de la catedral.
Nos
contó la guía una breve historia del país: perteneció al reino de Suecia desde
la Edad Media hasta las Guerras Napoleónicas, cuando fue anexionada por Rusia.
Aprovechando
la revolución rusa de 1917, el senado se declaró independiente. Lenin tenía en
estima a Finlandia, donde había residido. Además, como los rusos estaban
viviendo los momentos críticos de su revolución, les confirmaron la
independencia sin oposición notoria. Así que este año celebran su centenario.
Sin
embargo, me resultó curioso no ver banderas nacionales por ningún sitio. Ni en
los que aparentaban ser edificios oficiales.
También
resultaba extraño que un zar ruso siguiera presidiendo la plaza principal, pero
según nos explicaron, Alejandro II fue benefactor y protector del país y los
finlandeses respetan su memoria.
Aunque
el idioma más hablado es el finés, el sueco también se considera lengua oficial.
Aquí
remato este relato, pero no sin añadir una anécdota sucedida en un mercado al aire libre, situado en las proximidades de la Plaza del Senado: eran
numerosos los puestos con expositores de
vistosas cerezas. Las amables vendedoras nos dieron a probar. Estaban
exquisitas. Supimos luego que procedían de España, del Valle del Jerte.
Costaban 5 euros el kilo. Para mi sorpresa, a mi regreso a Sevilla, comprobé
que aquí se cotizaban a precio similar.
Al
día siguiente, en los comedores del barco, aparecían entre los numerosos
postres. Está claro que se abastecieron en Helsinki de cerezas del Valle del
Jerte. Resulta curiosa la importación de grandes cantidades de un producto
español y que pese a la distancia los precios de venta sean similares a los de
su origen.
A
las 18:00 horas partimos con destino San Petersburgo.