domingo, 27 de marzo de 2016

Viaje a Nueva York, 4


  
-Sede de las Naciones Unidas.- El lunes 27 de septiembre fue el único día libre de actividades programadas y, curiosamente, el único que amaneció con una ligera lluvia.
Con presteza, un empleado del hotel salió a comprar paraguas para proveer a los hospedados que lo precisaran, como fue nuestro caso.

Aprovechamos desde la mañana temprano, después del desayuno, para caminar en principio hasta la sede de las Naciones Unidas, situada aproximadamente a la altura de nuestra calle, la 45, pero en la Primera avenida, cuando nosotros nos hospedábamos entre la Quinta y la Sexta, por lo que hubimos de dar un largo paseo para llegar.

Estuvimos visitando todo el frontal del edificio, muy colorista por el tremolar de las banderas de todos los países representados, pero no nos fue posible entrar a la zona de visitas permitidas, porque ese día se celebraba algún acontecimiento y las habían clausurado, así que retornamos andando, pero por distinto itinerario, a la zona de la Times Square con idea de llegar hasta la Hispanic Society.


-Hispanic Society of America.- Ese museo fue fundado en los albores del siglo XX por el hispanista neoyorquino Mr. Archer Milton Huntington, quien había recorrido España en varias ocasiones y entablado amistad con los intelectuales y artistas más destacados de la época.

Mr. Huntington dotó a su fundación de un patrimonio artístico de incalculable valor: muestras de arqueología española, esculturas, pinturas de Goya, Velázquez, Zuloaga, Sorolla… y una amplísima biblioteca, con primeras ediciones de Tirant lo Blanc, La Celestina o el mismísimo Quijote.

Dicen que la Hispanic Society es el tesoro mejor guardado de Nueva York. No pudimos comprobarlo por lo que explicaré después, pero sí puedo asegurar que es el más alejado y apartado de todas las rutas turísticas, pues se encuentra en Harlem, nada menos que a la altura de la calle 155.
Además de mi interés por conocer esas obras de arte, pretendía hacerme una foto ante la estatua ecuestre del Cid que preside la entrada, fundida por Mrs. Huntington, esposa del hispanista, ya que en Sevilla  es famosa otro ejemplar de la misma, regalo de la fundación a esta ciudad con motivo de la Exposición Iberoamericana de 1929.

Pues bien, llegamos a la Times Square y me dirigí a un policía local para poner a prueba mi escaso dominio del inglés. Le pregunté por la próxima estación del Metro (Subway) y, para mi sorpresa, ¡hasta me entendió! Me indicó el camino y amablemente me despidió con una “palmadita” en la espalda.

Dentro de las amplias estancias y galerías subterráneas, el problema era cuál de las diferentes líneas de la compleja red, de letras, números y colores nos llevaba hasta allí. Me atreví de nuevo y pregunté en inglés a un joven con aspecto nórdico, pero resultó que me contestó en español, ¡era de Ecuador! A su vez, este joven estuvo haciendo algunas averiguaciones y nos recomendó una determinada línea. Así nos enteramos que lo más fácil para llegar a la calle 155 era apearnos en la estación de la 145, donde llegaríamos en media hora aproximadamente y después de recorrer andando el tramo entre ambas.

Cuando salimos al exterior la lluvia arreciaba. Caminábamos por Harlem a lo largo de lo que seguía siendo avenida Broadway, pero su entorno nada tenía que ver con la misma cuando discurre por el centro de Manhattan.

Cuando llegamos a la calle 155 íbamos “calaos hasta los huesos” a pesar del paraguas. Durante el trayecto hice numerosas e infructuosas preguntas tanto en español como en inglés, pero nadie nos daba una razón exacta, todos parecían ignorar ese museo. Dimos vueltas por los alrededores, sin resultado positivo. Mi mujer ya estaba angustiada y temerosa por la sordidez de algunas calles del entorno. Temor que terminé por sentir cuando, además, pasamos junto a un cementerio solitario en un día como aquel oscuro y lluvioso. Aún así no me resignaba al fracaso y ya de regreso, antes de alejarnos de la zona, insistí en las preguntas con personas de habla española, incluso refiriéndome a una estatua ecuestre de bronce: ¡un hombre montado a caballo, “joé”! Todo resultó inútil; así que, impotentes y defraudados, emprendimos el retorno definitivamente.

Cuando al día siguiente comentamos nuestra “aventura” con nuestro guía y le dimos señales de los edificios que vimos en las cuatro esquinas de la calle, nos indicó que estuvimos prácticamente en la puerta y que la estatua se encontraba en el interior de un patio y no en el exterior como suponíamos. Que si le hubiésemos preguntado previamente, no hubiésemos tenido problemas. Sí claro, de haberlo sabido con antelación, hubiéramos prevenido tal infortunio.


-De compras por Manhattan-Regreso.- En la tarde noche del día 29 y la mañana del 30, hasta que nos recogieron a las 13,30 h. para llevarnos al aeropuerto,  nos dedicamos a pasear como despedida por la Times Square y haciendo las compras de algunos regalos complementarios en los muchos y elegantes comercios de la Quinta y Sexta avenida.
Como es frecuente en todas las ciudades, comprobamos que si coincidían los mismos artículos en el entorno, los precios eran más altos en la zona más afamada y comercial: en este caso la Quinta. Curiosamente, nos alegró como españoles toparnos en la misma, con los almacenes ZARA.

Tras larga espera y los controles de rigor, sobre las seis de la tarde, hora local, ese día 30 despegábamos del aeropuerto J.F. Kennedy con destino a Madrid. Ahora el tiempo corría al revés, las seis horas iban a más. Ese cambio de horario me tenía confundido, hasta el punto que a las cinco de la mañana nos dieron el desayuno y yo comí: ¡un trozo de pollo en salsa (chicken, siempre te ofrecían chicken), un plátano, un yogur y un café! Lo detallo porque sigo sin creerme que yo a esas horas, en mi costumbre alimenticia habitual, pudiera ingerir algo más que no fuera un vaso de agua.

Finalmente, el día 1 de octubre aterrizamos en Sevilla sintiendo la nostalgia de aquella ciudad que nos fascinó y enamoró por su grandiosidad y, sobre todo, por la amabilidad con que fuimos tratados en todo momento. En mi mente ha quedado grabada su distribución urbana, especialmente la planificación reticular de Manhattan. Siempre la recordaremos.


Vale.