martes, 16 de diciembre de 2014

Extraño bombardeo del vapor "Gulnes", 2


Como anunciaba en la entrada del pasado día 18 de Noviembre, continúo y aquí termino con la curiosa historia del bombardeo por parte de la aviación republicana durante la Guerra Civil,  al buque mercante noruego “Gulnes” en San Juan de Aznalfarache  (Sevilla).

Tras las numerosas gestiones encaminadas a esclarecer los motivos de tan extraño ataque aéreo (que exponía de forma resumida), sin conseguir una explicación concluyente para satisfacer mi curiosidad, suspendí las averiguaciones, pero no me olvidé del asunto.

Recientemente se me ocurrió consultar de nuevo a este moderno “oráculo” que representa Internet. Me respondió mostrándome dos blogs, que se refieren al caso. Incluso, uno de ellos con fotografías del monolito, pero donde tampoco se aclaran las causas del bombardeo. También me mostró  la hemeroteca del diario ABC de Sevilla. Concretamente, me remitió a la edición del día 15 de diciembre de 1936, que coincidió en martes. Esa respuesta resultó más significativa, aunque tampoco determinante.

Efectivamente, la portada, a toda plana, contempla uno de los enterramientos, con un breve comentario a pie de página. A pesar de la escasa nitidez de imagen, se puede apreciar la presencia de un hombre que viste abrigo y tiene vendada la cabeza: Muy posiblemente un herido a consecuencia de la explosiones, pues es de suponer que, si las víctimas mortales resultaron finalmente cuatro, otros miembros de la tripulación sufrirían lesiones a las que sobrevivieron.


En dos resumidas notas se da cuenta de los entierros en la página 15:

--La primera se refiere al entierro el domingo día 13 por la mañana, “de dos tripulantes del vapor noruego Gulnes, víctimas del bombardeo por un avión rojo”.
Por la tarde tiene lugar el entierro de un tercero. Informa también, que a ambos sepelios asiste el cónsul de Noruega en Sevilla, Mr. Bjorn Bjorge.

--En la segunda nota se comunica la muerte el lunes día 14, de la cuarta víctima a “causa del bombardeo del barco por un avión rojo”. Se trataba del primer piloto del buque. La hora del entierro quedaba por determinar por el consulado.

Quizás aquella escueta información estuviera obligada a darse por la presencia del cónsul de Noruega y algunas autoridades de Sevilla, pues el bombardeo, que hubiera sido noticia principal, fue silenciado, seguro que de forma intencionada, como explica la ausencia de referencia alguna en las ediciones del citado diario los días 8 y 9 de diciembre, siguientes días al ataque, según mi consulta en la Hemeroteca Municipal. Supongo, por tanto, que se impuso la rigurosa censura militar de aquellos momentos.

Todas estas averiguaciones, sin una respuesta concreta, han despertado en mí las siguientes interrogantes y conjeturas:

--¿Por qué Queipo de Llano no aprovechó un ataque tan singular a un buque extranjero, supuestamente ajeno a la  contienda, en sus características ofensivas nocturnas radiofónicas para lanzar contra los “rojos”?.

Supongo que, por el contrario, no le interesaría nada alarmar a la población, propagando incursiones aéreas "rojas” sobre la cercana base de Tablada, lo que representaba un riesgo potencial de bombardeos sobre la ciudad, en represalia a los que venía sufriendo Madrid.

-- ¿Fue fruto del azar esa acción bélica, como así me respondió  el Sr. Salas, afamado erudito de la historia de Sevilla?

Parece poco probable que a un avión se le desprendiese una bomba fuera de su objetivo,  que ésta entrara por la chimenea del buque, explosionara la caldera y que causara cuatro víctimas mortales; cuatro muertos que, supuestamente,  no irían a presencia de Odín en el Valhalla, puesto que no cayeron en combate, sino en el trabajo, negros de cargar carbón (con mis respetos). De todas formas, no encuentro otra versión que contradiga tal información.

Además, como todas las referencias hablan de ”bombardeo”, nunca de accidente fortuito y que, según la información del Lloyd´s, el vapor quedó en tan mal estado que fue remolcado a Gibraltar para su desguace,  parece apuntar a que el ataque fue totalmente premeditado.

-- ¿ Porqué tampoco el diario ABC de Madrid se hace eco de tal noticia?

Supongo que a las autoridades republicanas para nada les interesaba divulgar una acción de guerra, por las causas que fueren, contra un buque mercante de una nación ajena a nuestra contienda.

Pues bien, todo lo expuesto es cuanto puedo contar sobre este singular caso de la Guerra Civil. Si alguien tiene información fidedigna o una opinión más certera, le agradecería me lo hiciera llegar para dar descanso a mi imaginación y curiosidad.

P.D. Curiosamente, terminada esta entrada y como repuesta a la anterior, me llegaron dos curiosos enlaces. Uno de ellos aconseja añadir en breve un apéndice, que creo será de interés. Al menos, a mí me servirá de entretenimiento.


martes, 18 de noviembre de 2014

Extraño bombardeo del vapor "Gulnes", 1


En una visita años atrás al cementerio conocido en Sevilla como Civil, de los Protestantes o de los Disidentes, otrora separado por un muro del cementerio católico, llamado de San Fernando  y en la actualidad comunicados ambos por la demolición parcial del mismo –afortunadamente, pues nunca entendí esas separaciones-, reparé en un pequeño monolito de sección cuadrada y rematado con una bola, donde se puede leer de arriba abajo:

-ADOLF ALUNE 
  ISTYRMANN
FÖDT 22-11-1896 - DÖD 14-12-1936

-ALFLED AASHEIM 
        KOKK
FÖDT 14-1-1906 - DÖD 11-12-1936

-EUGEN MARINIUS 
         HANSEN
FYRBÖTER
FÖDT 5-2-1901 - DÖD 9-12-1936

-EGIL PLEYM
     NILSEN
FYRBÖTER
FÖDT 14-6-1912 - DÖD 7-12-1936

Abajo, ya el la base, también cuadrada:

GUDS FRED!

Y ya bordeando el recuadro final y en español:

EN MEMORIA DE LAS VICTIMAS DEL VAPOR NORUEGO  “GULNES”, BOMBARDEADO EN SAN JUAN DE AZNALFARACHE EL 7-12-1936

No podía haber topado con un tema más atrayente para mí: ¡La Guerra Civil Española!, de cuya historia soy apasionado desde que mi añorado hermano mayor, quien la vivió de niño en nuestro pueblo (Campillo de Llerena. Badajoz) como si de una apasionante aventura se tratara, despertara mi imaginación infantil con sus relatos. A aquellas  vivencias me refería en la entrada que le dediqué en este blog el 8-1-2012 (“Mi Quico”).


Así que, desde aquel momento, comencé a investigar a fin de conocer datos que me permitieran desvelar un hecho tan insólito: Que un avión republicano atacara a un buque perteneciente a la flota mercante de una nación tan lejana y ajena a nuestra contienda como Noruega. Me recordó una de las geniales llamadas telefónicas del humorista Miguel Gila al “enemigo”  (¡que se ponga!), censurándolos  porque habían matado a una señora “que no era de la guerra”. En este caso, por desgracia y de forma real, murieron cuatro hombres jóvenes, que tampoco “eran de la guerra” y por lo que he podido constatar, no hubo protesta alguna. Al menos no consta en la prensa de la época a la que tuve acceso.

Numerosas fueron las averiguaciones, por lo que resumiré las principales, para no hacer tedioso el relato.

Inicié la consulta por el que consideré el camino más sencillo y supuse que determinante: Pregunté a algunas personas supervivientes de aquellos años en Sevilla. Para mi sorpresa, ninguna de ellas sabía ni recordaba nada al respecto.

- Visité a continuación la hemeroteca municipal. Consulté la versión microfilmada del diario ABC, de los  días 8 y 9-12-1936 (el día 7 coincidió en lunes y no hubo edición). No encontré noticia alguna de tal bombardeo.

- Examiné el compendio del ABC sobre noticias del desarrollo de la guerra, impreso por Prensa Española, tanto las referidas a la edición de Madrid (zona “roja”) como la de Sevilla (zona “nacional”). Extrañamente, en ninguna de las ediciones, aparece mención alguna sobre aquel ataque aéreo.

 - Leí las peroratas radiofónicas nocturnas del general Queipo de Llano de aquellos días. Aquí sí me sorprendió que el máximo  responsable militar de la zona, en este caso del bando “nacional“, precisamente con residencia en Sevilla , no solo que no aprovechara para atacar a los “rojos” con sus diatribas, por el bombardeo a un buque extranjero, sino que, incluso lo silenciara.

- Contacté con la embajada noruega en España, quienes me derivaron a su consulado en Sevilla. Ni unos ni otros tomaron el menor interés por el destino de sus compatriotas.

- Mi sobrino Manolo consultó un foro internacional por Internet. En respuesta a una señora noruega llamada Siri, quien se interesaba precisamente por el destino del Gulnes, un empleado de la Guía Lloyd´s, le respondía desde Inglaterra que:

Fue bombardeado en Sevilla el día 7-12-1936 (justo la fecha indicada en el monolito). Continuaba que el 2-1-1937 fue remolcado a Gibraltar y posteriormente vendido en Italia para el desguace.

Nos dirigimos a la señora noruega, quien  no conocía nada sobre las víctimas. Contestó agradeciendo la información, pero quedó claro que su interés se centraba solo en la suerte de determinados buques.

- Consulté a dos señores, eruditos de la historia local. Uno de ellos, Antonio Burgos, me contestó muy atento y a su vez sorprendido por un caso tan cercano del que nada sabía y me dirigió a Nicolás Salas, quien me respondió informándome que recogía brevemente  el hecho, en uno de sus libros: Sevilla Fue la Clave.

Según el Sr. Salas, el buque cargaba carbón en el muelle fluvial cercano a San Juan de Aznalfarache. Fue bombardeado en unas de las incursiones de la aviación republicana para atacar la base aérea “nacional” de Tablada. Una de las bombas entró por la chimenea, estalló la caldera y produjo la muerte a cuatro hombres. Su opinión era que tal circunstancia fue consecuencia del azar.

Compruebo que por más que quiero resumir, esta entrada se alarga, por lo que creo oportuno cortar aquí y dejar el final del relato para una posterior, dándole tal vez así un punto de suspense.

P.D. La foto de cabecera fue tomada por mi cuñado Eduardo en el año 2007.







martes, 14 de octubre de 2014

Pumuky.


Siempre me han despertado simpatía y ternura los “chuchos callejeros”, fruto de una mezcolanza de razas, avispados e independientes, pero fieles y agradecidos ante la caricia y el buen trato… ¡qué merecen!

Por esa razón dediqué un párrafo en una entrada anterior a uno de esos animales, pequeños y berrendos, que nos sirvió de “guía espontáneo” en nuestro recorrido por Las Médulas (León) en el verano del 2008. Intenté rendirle homenaje poniendo su foto, pero precisamente no fue captado en ninguna de las muchas tomadas en aquella ocasión, así que opté por colocar una conseguida de un archivo general.

En los comentarios de aquel episodio, publicado el día 8 de enero de este año, a mi hija se le ocurrió que podía haberlo representando con una foto de Pumuky, un perro de similares características, del que gozamos hace años. Era buena idea, podía haber hecho un cambio de imagen, pero pensé que mejor sería dedicar un merecido capítulo en exclusiva a un animal de tan singular comportamiento como aquél. Eso me  propongo con esta historia.

Pumuky pasaba su vida entre la obra de unos edificios en construcción cercanos a nuestra vivienda en la zona de Sevilla-Este, la casa donde el guarda de la misma obra residía con su familia, también situada en las proximidades, y deambulando por el entorno.

Cuando a mediodía la mujer del guarda pasaba por delante de nuestra casa para llevar la comida al marido, siempre iba precedida por el pequeño perro, que trotaba arrogante y, sintiéndose amparado, ladraba bravucón a quien creía oportuno. Curiosamente, a una de las personas a quien más lo hacía era a una cuñada mía, quien, paradojas de la vida, terminó siendo una de sus principales protectoras, como contaré más adelante.

La obra terminó. El guarda y su familia retornaron a su lugar de origen, pero a aquel perro no lo sumaron a la emigración. Mi hija, aún adolescente, había entablado amistad con las hijas de esa familia de edad similar, quienes más lo cuidaban. Por lo visto llegó a un acuerdo de “adopción” con ellas. Para mi sorpresa, a la vuelta de uno de mis semanales viajes de trabajo, Pumuky era un miembro más de nuestra familia.

Se le equipó con su canasto y manta para dormir, con un recipiente para la alimentación y con un collar de cuero. Collar más de adorno y como señal de propiedad, que como punto de amarre de una cadena. Nos pareció cruel encadenar (salvo excepciones), ni someter a cautiverio doméstico, a un animal que había gozado de libertad. Entraba y salía a su antojo por entre los barrotes de la cancela que daba entrada al porche de nuestra vivienda.

Pocos años después, solicitamos a mis cuñados que se hicieran cargo de Pumuky durante un periodo vacacional. Esta familia vivía con sus dos hijos, aun en edad infantil, en una casa próxima a la nuestra y de idéntica construcción. Bien atendido y con el cariño de los niños, a nuestro regreso el animal fijó allí desde entonces su residencia habitual, sin que por ello dejara de caminar de una a la otra vivienda cuando le parecía oportuno, en solitario o acompañado a cualquier miembro de las familias.

Precisamente, aprovechando sus idas y venidas se le envió desde mi casa a la otra con dos pequeñas cebollas amarradas al cuello, que eran precisas para la comida. El animal se escondió debajo de una mesa y no apareció hasta después de repetidas llamadas y mirando al suelo. Se sentía avergonzado con aquel “adorno”.

En una ocasión estábamos varias personas sentadas en el porche de mi casa, cuando llegó acompañado de un “amigote”, que muy educado, se quedó sentado a la entrada, mientras Pumuky dio una vuelta entre nosotros, como saludándonos, entró en la casa, salió y se marcharon. Me asomé y, como suponía, los dos caminaban a casa de mis cuñados. El fanfarrón de Pumuky iba a mostrarle a su amigo que él poseía ¡dos aposentos!

A mitad de camino vivía Persi, un bello y noble ejemplar de pastor belga. Pumuky le tenía odio mortal, tal vez por envidia de su apostura. Cuando lo veía tras las rejas de la vivienda, se acercaba muy agresivo a ladrarle. En esas ocasiones giraba sobre si mismo muy enérgico, para aparentar la fiereza que al final no tenía. El pobre Persi le respondía enfurecido y sufriendo su impotencia. Pero ¡ay!, cuando desde lejos veía que su enemigo estaba en el exterior, daba un enorme rodeo, con mucha precaución y en silencio. Si era yo quién le acompañaba le voceaba “¡cobarde, acércate ahora!” y me miraba como suplicando no llamar la atención.


Pumuky era un incansable fornicador, pero no creo que pecase, porque supongo que los perros no están sujetos a cumplir el sexto de los Diez Mandamientos. Aguardaba paciente, durante horas, a la entrada de la vivienda de alguna perrita en celo hasta que, en ocasiones, su paciencia daba sus frutos y al menor descuido de los dueños de la hembra, ésta quedaba “empitonada” (en este caso, palabra derivada de “pito” y no de pitón). Por su actitud amorosa le llamaron en el vecindario el “Conde Lequio”, como aquel miembro de los programas del “famoseo”, que aparecía con frecuencia en programas televisivos.

A veces, Pumuky aparecía de madrugada de sus rondas de conquista. Si era tiempo veraniego no había problema, porque se quedaba a dormir en el porche, pero si hacía frío, ladraba para que le abrieran. En esos casos, mi cuñado, que por razones de trabajo había de levantarse muy temprano, bajaba con intenciones de propinarle una “patá”, pero el animal metía el rabo entre las patas y miraba suplicante, implorando perdón. Conseguía apiadarle y todo quedaba en una gran bronca no exenta de improperios. Parece que escarmentaba durante unos días, pero era más fuerte su pasión que su propósito de enmienda y volvía a repetir sus nocturnos escarceos amorosos.


Pumuky llegó a longevo. Su muerte fue piadosa. A todos los miembros de ambas familias nos entristeció su desaparición. Seguro que también lo lloraron las perritas del entorno… La foto de cabecera corresponde al auténtico Pumuky. No así la de la pareja apareándose, que aparece aquí como ilustración de su fogosidad.. 

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Perdida y hallada en Segovia.


Érase un día por la mañana de mediados de los años ochenta cuando visitaba Segovia acompañado por la familia. Hacía poco que habíamos llegado tras nuestra estancia y hospedaje el día anterior en Ávila, procedentes de Sevilla.

Nuestro destino final era Bilbao, donde habíamos vivido casi once años, desde principios de 1972 hasta avanzado el año 1982. En aquel viaje nos acompañaba también mi suegra, quien convivió allí con nosotros en precisas temporadas. Aprovechaban mi asistencia a determinadas reuniones laborales en la oficina central de mi empresa, para visitar a los numerosos amigos que allí habíamos dejado y mis hijos recorrer la zona de sus juegos infantiles.

En Segovia coincidimos con un certamen de moda femenina. La pasarela, por donde paseaban las modelos rodeadas de público, estaba montada al aire libre en la Plaza Mayor.

Para evitar extraviarnos, tras la visitar la catedral, avanzábamos en fila india bordeando la multitud. Nos dirigíamos al coche, aparcado en una calle de las proximidades de la plaza, pues nuestra siguiente meta era visitar El Alcázar. Marchaba yo en segundo lugar seguido de nuestros hijos, entonces aún niños y finalmente mi suegra, todavía relativamente joven y de ágil caminar.

De vez en cuando me volvía para vigilar que no se perdiese algún miembro de la “comitiva”. Para mi sorpresa, en una de esas miradas de vigilancia, comprobé que, mi suegra había desaparecido. Nunca mejor aplicado aquello de que: “como si se la hubiese tragado la tierra”. No podía creerlo. Dí la alarma al grupo familiar: “¡Mi madre! ¡dónde está mi madre!, ¡la abuela! ¡dónde  se ha “metío” la abuela!”. Yo aseveraba que hacía un instante marchaba tras nosotros, que no me explicaba aquella repentina desaparición.

Deambulamos en su busca por los alrededores sin conseguir localizarla. Se acordó entonces que sería acertado hablar con la persona que dirigía por megafonía el desarrollo del pase de las modelos, para que nos hiciera el favor de anunciar la desaparición por altavoz. Me “tocó” dirigirme a quién resultó ser un joven, que al escuchar mi petición quedó sorprendido, pero accedió a vocear: “Ha surgido un incidente, una señora que viene de Sevilla, llamada Elvira, se ha extraviado en la Plaza Mayor, si me escucha o alguien la ve, que sepa que sus familiares la están esperando en… Supongo que diríamos en la puerta principal de la catedral, por ser un punto muy próximo y de fácil localización.

Pasaba el tiempo, nuestro agobio aumentaba y ella no aparecía, así que se consideró oportuno seguir esperando en tanto que yo fuera “comisionado” a presentarme en las cercanas dependencias de la Policía Local, exponer el caso y solicitar su ayuda.

Cuando me escuchó el guardia que me atendió, no daba crédito a cuanto le decía: “¿Que una señora de Sevilla se ha perdido en la Plaza Mayor de Segovia? ¿Que es su suegra y usted nos pide que la busquemos? Bueno… bueno… No ha transcurrido el tiempo que fija la ley para formular una denuncia por desaparición, de todas formas comunicaré el caso a mis compañeros de patrulla, para que inicien su búsqueda”. Yo comprendía que era una situación con un fondo de cierta comicidad, más por esa mala fama popular de la figura de las suegras, que en la mayoría de los casos no se ajusta a la realidad. Desde luego no era el mío, pues mantuve con ella una larga pero afectuosa relación, no exenta de algún “roce” propio de toda convivencia por armoniosa que ésta sea. Pero en aquel momento no estaba yo con humor para seguir la sana ironía del policía, pero sí agradecer su buena disposición por ayudarnos.

Pasaba el tiempo y mi suegra no aparecía, de nada sirvieron las llamadas por altavoz, ni las posibles averiguaciones de la Policía Local, así que determinamos desplegarnos y recorrer de nuevo las inmediaciones por nuestra cuenta. Por fin dimos con ella de forma fortuita, cuando deambulaba sin rumbo fijo.

Estaba atacada de los nervios, con su genio vivo nos culpaba de su extravío, pero no sabía explicar por donde se fue. Su estado de angustia no le permitió prestar atención alguna a las llamadas por altavoz en su búsqueda. La única explicación posible que encontrábamos, era que un puntual movimiento de la multitud la desconectase de nosotros.

Afortunadamente todo quedó en un largo rato de intranquilidad, pero suficiente para generar tal tensión, que abortó nuestros planes. Perdimos todo interés por la visita turística. Perdimos hasta el apetito, pues allí pensábamos comer. De inmediato se produjo la “espantá”. Reanudamos el viaje hasta Bilbao, donde llegamos al atardecer, previa parada en Sepúlveda, por la necesidad de comer algo.


Aquí termina la historia de “la niña perdida y hallada en Segovia”. Después, como suele ocurrir en estos casos, con el tiempo, todo quedó en una graciosa anécdota, muchas veces recordada. 

martes, 22 de julio de 2014

Me la di con... ¡jabón!


Erase un día de hace ya muchos años, tantos, que no puedo recordar si el suceso al que dedico esta entrada me ocurrió a media mañana, hora del almuerzo, o a media tarde, hora de la merendilla, como así llamábamos a esas dos comidas intermedias en mi pueblo extremeño. La segunda más propia de niños.

La ingesta diaria de alimentos se distribuía en cinco tomas, a saber:

Desayuno (Al levantarse)

Almuerzo (A media mañana)

Merienda (A medio día)

Merendilla (A media tarde)

Cena (Por la noche)

En realidad, ese extenso número de comidas que da idea de abundancia y copiosa alimentación, se alejaba bastante de la realidad en la mayoría de los casos. En aquellos tiempos, me refiero a la primera mitad de los años cincuenta, el café para el desayuno o de la media tarde para los mayores, era las más de las veces sucedáneos como la achicoria o la malta. Cuando no, alguna o las más de esas comidas eran escasas, o incluso fallidas.


En la asolada España de entonces, o al menos en la parte que viví y por referencias sé que en otras zonas ocurría igual, no era extraño sufrir aún las penurias derivadas de la cruenta Guerra Civil. Incluso era trágico y lamentable, que la escasez en las casas de algunas familias, las hacía comparable a la residencia del dómine Cabra en Segovia, que tan magistralmente describe Quevedo en “El Buscón”… “Cenaron y cenamos todos y no cenó ninguno”.

Contaba yo entonces con ocho o nueve años. Era verano o, en todo caso, una fecha libre de escuela, pues acudía a mi casa con mucho apetito, procedente de mis habituales correrías y juegos infantiles. Encontré a mi madre, como de costumbre, atareada con sus interminables quehaceres domésticos. Observé un abultamiento en un bolsillo de su vestimenta, posiblemente del delantal. Imaginé que se trataba de algún alimento que me tenía reservado. Con celeridad introduje la mano y saqué un trozo de lo que me pareció de aquel exquisito queso que de forma artesanal elaboraban los pastores del lugar y que tanto me gustaba. Le di un voraz bocado (nosotros decíamos muerdo), e inicié la masticación. De pronto el paladar se me inundó de un desagradable sabor.

Solo acerté en que el producto sí era artesano, pero no precisamente queso, sino ¡jabón!, de aquel que hacían con aceites de deshecho y sosa caústica. Fue tan rápido mi movimiento, que no di tiempo a mi madre para advertirme ni tampoco a reprenderme. Más bien vi… tristeza en sus ojos.

Largo rato quedó mi boca impregnada de tan repugnante sabor. No desaparecía ni con diferentes enjuagues. Entretanto, perdí todo apetito y ganas de juego. Pero nada más superada la ingrata confusión, como niño, retorné a la ilusión de la vida.









martes, 1 de julio de 2014

Babaté


Como anunciaba en una entrada anterior, he pensado oportuno “aparcar” el tema de relatos sobre nuestros viajes y “refrescar” el blog con nuevas historias, incluso retornando a vivencias infantiles, con las que tanto disfruto. Parece cierta esa aseveración popular de que siempre nos acompaña en el interior el niño que fuimos en su día.

Para posibles lectores o lectoras que desconozcan los vocablos típicos de Extremadura, al menos, que yo sepa, de mi pueblo natal  y los de la comarca, aclaro que se llama “babaté”, en vez de la designación más generalizada de babero, a esa prenda que cuelgan al cuello a los bebés o niños pequeños.

Contaba yo unos once años cuando, a pesar de mi afición por la lectura y aplicación a la escuela, después de superada mi rebelión inicial por mi brusca incorporación, como comentaba en el capítulo que dediqué a la misma, disponía de mucho tiempo libre, sobre todo en la temporada veraniega por la inactividad de la enseñanza. De esa forma, en compañía de mi incondicional y numerosa pandilla de amigos, disfrutaba casi todo el día y parte de la noche con continuos y variados juegos o correrías por los campos próximos.

En cambio, mi primo Juan, representaba el ejemplo contrario.  Con solo algo más de dos años que yo, ya llevaba tiempo pasando a diario muy diligente por la puerta de mi casa para incorporarse al trabajo a un taller cercano de reparación de automóviles y servicio de taxis, propiedad de su familia. Por aquel entonces, también Baldomero, un niño de mi misma edad, comenzó a acompañarle para el aprendizaje.

Aquel diario ajetreo laboral de los dos niños, motivó a mi benevolente madre a reprender mi conducta: “Mira, tu primo Juan el tiempo que lleva trabajando y ahora también Baldomerito está aprendiendo un oficio de provecho, en vez de estar todo el ¡santo día! “golfeando” por esas calles, esos campos y ese arroyo como haces tú” (a mi arroyo también le dediqué un episodio infantil). En verdad que no lo decía con severidad, pues a veces comentaba en familia: “dejad que disfrute de niño, ya la vida se encargará de darle su ración de sinsabores”.

Por ser con mucha diferencia el menor de los hermanos, era el mas consentido, como suele ocurrir en estos casos, pero no mimado. Las penurias de la época no daban lugar para mimos ni caprichos, al menos en mi caso. De todos modos, aquellas comparaciones nada interesaban a mi espíritu aventurero y mis ansias de libertad, así que creí oportuno complicar un poco la vida a “mi principal modelo a seguir”: mi primo Juan. Pero siempre sin maldad, pues nunca fui niño de malas intenciones.

Mira por dónde que mi tía María  (madre de mi primo y hermana de mi madre), de una tela azul le hizo un mono de trabajo, pero de esos de peto y tirantes. Comenzó entonces a pasar con aquel atuendo y, como siempre, muy puntual y aplicado. El peto a mí me semejó un “babaté” y a partir de entonces, cada mañana lo esperaba en la puerta de mi casa y le gritaba: “Babatéee, babatéee, babatéee”. Al principio la sorpresa le hacía ignorar aquel motejeo y seguía su camino de forma indiferente, pero terminó por perseguirme indignado; aunque antes que llegara hasta mí, yo me metía en casa y cerraba la puerta.

Como suele ocurrir, el mote y mi forma de proceder se divulgó rápidamente entre mis amigos y la situación se agravó extremadamente. Durante su recorrido, el primero en la “recepción” desde la puerta de su casa para refugiarse en ella en el momento oportuno, era mi amigo Frasquito, que iniciaba el: “Babatéee, babatéee, babatéee”. A continuación, Manolito. Le seguía Josefita, que vivía en una casa muy próxima a la mía. Mi primo en venganza le voceaba: “¡Legañosa! ¡legañosa!”, pero en realidad era una niña muy linda.

Finalmente yo remataba la faena y era a quien tenía mayor inquina, por ser el provocador de su cotidiano martirio. Todos seguíamos la misma táctica de huir al interior de la casa y cerrar la puerta. Lo teníamos “amargaíto”. Podría haber cambiado el itinerario, aunque significase un pequeño rodeo, pero supongo que le resultaría humillante actuar de ese modo ante unos niños y una niña menores que él.

Un día acompañaba yo a mi madre a casa de mi tía María y ésta me regaló una escopeta de mi primo. Era de madera, modelada primorosamente de forma artesanal y supongo que con algún sistema elástico para lanzar inofensivos proyectiles. A mí, claro está, me encandiló aquel juguete en comparación con los míos que, aunque variados, casi todos estaban hechos por mí mismo de forma rudimentaria.

Supe después que cuando mi primo se interesó por su escopeta y su madre le respondió: “Se la he dado al primo Lolo, que el pobre tiene pocos juguetes·, éste cogió un tremendo cabreo por regalarla precisamente a mí, a su mayor enemigo. Temía que, en adelante, yo le voceara desde mi puerta “Babatéee”, encañonándolo con su propia “arma”

No recuerdo si llegué a hacerlo, pero sí que una mañana estaba yo más alejado de lo debido de mi casa y aún así me atreví a proceder como de costumbre. Calculé mal la distancia, me cerró el paso y no logré entrar. Me vi obligado a salir corriendo hacia el arroyo próximo, confiando que no me alcanzaría por mi velocidad, acostumbrado como estaba a constantes correteos. Creí haberlo dejado atrás y me escondí en unas casas derruidas, pero aún con los tapiales en pie y los huecos de dos puertas contiguas. Para mi sorpresa, me había seguido hasta allí. Yo correteaba por el interior de una casa a otra, pero la altura de las tapias exteriores me impedían saltarlas y él me cerraba el paso de los huecos. Yo mismo me había metido en la ratonera. Me tenía acorralado, sin escapatoria posible. ¡Por fin me atrapó!

Esperando su perdón yo sonreía de forma inocente y le repetía que de una broma se trataba, pero no hubo piedad, no podía haberla, era mucho el rencor que acumulaba, así que me arreó unos cuantos bofetones y se marchó. Yo soporté el merecido castigo estoicamente y en silencio. Después siempre comentó, que le entró un sentimiento de pena, al verme tan indefenso.

Ignoro si aquel vapuleo fue lo que me sirvió de inmediato escarmiento, o mi propia madurez y reflexión me hizo cambiar de actitud en poco tiempo. Lo cierto es que por entonces, cesé en las “hostilidades”.

A partir de aquel momento, mi primo, que vivía de forma más acomodada que yo, me obsequiaba ocasionalmente con una moneda de dos reales, de aquellas con un agujero central (cincuenta céntimos de peseta). Incluso, a veces en la feria del pueblo, me subía la “paga” a una peseta. Entonces me permitía acceder a los sabrosos helados artesanos que con tanto gusto relamía y podía prescindir de las habituales golosinas que conseguíamos con las monedas de “perra gorda” y “perra chica” (diez y cinco céntimos) que, normalmente, manejábamos la mayoría de los niños de la época.

Mi primo quedó asentado en el pueblo. Por el contrario yo, con apenas catorce años, me vi obligado a sumarme al “éxodo” extremeño (que por cierto me fue muy bien). Pero a pesar de que nuestras vidas tomaron diferentes derroteros, siempre que ha sido posible, hemos seguido manteniendo el contacto y un mutuo sentimiento de hermandad.

Como coincidió que  quienes vivimos aquel motejeo infantil emigramos pronto, el apodo de Babaté no le quedó fijado de por vida, como suele ocurrir en los pueblos. Es por ello que, en la actualidad, siempre que tiene ocasión me lo llama a mi. Intenta revertírmelo, mas por añoranza de tiempos pasados que por venganza. Logra sembrar algunas dudas entre quienes no vivieron aquellos tiempos, pero la historia real es la que acabo de contar y él lo sabe.

P.D. La foto de cabecera es un recorte de la única que me ha podido conseguir María, hija de mi primo Juan. Si la imagen es pésima, es mucho su valor, porque es una auténtica representación de aquella lejana época. Precisamente mi primo es el niño, que no vestía el mono de peto en aquella ocasión, pero si Paco Sayabera, el joven que lo acompaña y que trabajó con la familia fielmente hasta el final.



martes, 10 de junio de 2014

La Alberca (Salamanca)


Como apéndice a las dos últimas entradas dedicadas a nuestra estancia en Las Hurdes, he creído de interés añadir este relato sobre La Alberca por haber sido ese pueblo la cabecera de la comarca extremeña hasta que, por la reorganización territorial de España de 1833, pasó a formar parte de la provincia de Salamanca. También, porque creo interesante destacar su peculiaridad. Además, todos los miembros del Grupo lo hemos visitado alguna vez, aunque por separado.

Situado en la Sierra de Francia, en el Parque Natural de Las Batuecas y próximo a la Sierra de Béjar, su entorno es de una gran belleza paisajística. A pocos kilómetros se puede subir, incluso en coche, a la Peña de Francia, a 1.723 metros de altitud. En la cima se puede visitar un monasterio dominico, el santuario de la Virgen del mismo nombre.  La panorámica es espectacular.

También es recomendable desplazarse al cercano Valle de Las Batuecas, por donde fluye el río de aguas transparentes que le da nombre. Cercano a su orilla se levanta otro monasterio, éste de carmelitas descalzos, de clausura.  Disponen de hospedaje concertado. Los alrededores son boscosos y agrestes. Húmedos y exuberantes en torno al río.

El pueblo en sí, cuenta con una regular y notable afluencia turística por el atractivo de su Plaza Mayor porticada y con balconadas floridas, el trazado irregular de sus calles, algunas, incluso, formando vericuetos, por la arquitectura popular de sus casas antiguas, construidas con piedras y entramados geométricos de madera. En el dintel de granito figura cincelado el año de fundación y alguna alegoría religiosa. Son frecuentes las fachadas que se van inclinando  hacia adelante a medida que toman altura, llegando a aproximarse el alero del tejado con el de la casa de frente, de esa forma, en los días luminosos se forman contrastes de luces y sombras.


Otra singularidad añadida es la tradición secular de la Moza de Ánimas. En realidad se trata de una mujer ya de cierta edad, que acompañada por alguna otra y portando unas esquila recorre determinadas calles del pueblo al anochecer, durante todos los días del año, haga frío, calor, llueva o nieve. Van ataviadas con ropas austeras, aunque creo que, en la actualidad, no tan enlutadas y fúnebres como muestra la foto. De vez en cuando hace un alto en el camino, da tres toques de campanilla y salmodia:

                       Fieles cristianos, acordémonos de las benditas almas del Purgatorio, con un Padrenuestro y un Avemaría, por el amor de Dios.
A continuación otros tres toques y nueva petición:

                   Otro Padrenuestro y otra Avemaría por los que están en pecado mortal, para que su Divina Majestad los saque de tan miserable estado.

Cuenta la leyenda que al atardecer de un inclemente día, una perezosa Moza de Ánimas pensó que nada pasaría con su ausencia, pero los vecinos contaron que escucharon el tintineo de la campanilla por las calles. ¡Por lo que parece, hizo el recorrido sola!

El ritual termina con la Moza de Ánimas subida a un murete bajo, escalonado, añadido a la fachada de la parroquia y repite la salmodia bajo dos hornacinas. Cada una contiene una… ¡calavera! Espeluznante visión.

Han pasado más de treinta años desde que visitamos por primera vez La Alberca. Vivíamos entonces en Bilbao, donde también residía un matrimonio amigo: Pili y Canor, naturales de La Fuente de San Esteban (Fuentes, según los nativos), pueblo también de la provincia de Salamanca, próximo a Ciudad Rodrigo.

Esos amigos tuvieron la amabilidad de invitarnos a pasar unos días con ellos en su pueblo, alojándonos en casa de sus padres. Nos desplazaron en su coche para mostrarnos gran parte de esa provincia. Subimos a la Peña de Francia, llegamos hasta Las Mestas, ya en Las Hurdes, pasando por el valle y puerto de Las Batuecas y ¡cómo no!, para nuestra sorpresa nos llevaron a La Alberca a la hora aproximada de salida de la Moza de Ánimas. 

Cuando vi aquellas mujeres enlutadas caminando, una de ellas tocando una esquila y salmodiando algo que me sonaba a fúnebre, me quedé atónito, como si de pronto hubiera viajado a la Edad Media por el túnel del tiempo. Pero cuando además, la salmodia tuvo lugar ante las calaveras yo, de natural asustadizo ante los imaginados fenómenos de ultratumba, me sentí realmente “acojonao”. Creo que de haber contraído un leve “resfriao” en tal ocasión, me hubiera quedado allí para la eternidad.

Muchos años después, ya en mi nueva situación de vida en Sevilla, llevé allí a mi mujer para sorprenderla con ese tenebroso ritual.

No recuerdo que pasó, el caso es que , alojados con suficiente tiempo de antelación en un hotel a las afueras del pueblo, llegamos tarde al recorrido, cuando ya la Moza venía de retorno. Aun así, mi mujer quedó impresionada por su presencia, por mi relato del rito y más ante la tétrica visión nocturna de las calaveras.
Como era el mes de febrero y hacía frío entramos en un acogedor bar-restaurante de la Plaza Mayor, para reponernos del momento angustioso vivido con alguna cerveza, algún vino y un excelente jamón de la tierra.

A continuación, viajaron allí en dos ocasiones mis cuñados Gloria y Eduardo acompañados de otros familiares, completándose así la visita a ese pueblo de todos los miembros del Grupo, como anunciaba en principio.


Otra curiosa costumbre con la que no he tenido la oportunidad de coincidir en mis varias visitas a ese pueblo, es con el recorrido por sus calles del Marrano de San Antón: Resulta que el 13 de junio de cada año, día de San Antonio de Padua, sueltan un cerdo ibérico después de bendecido y dotado de una campanilla en el cuello. El animal deambula libremente por las calles, los vecinos lo van alimentando y le dan cobijo cuando y donde proceda, hasta que el 17 de enero, día de San Antón es rifado y el dinero obtenido se emplea en obras benéficas. Incluso existe una estatua del dicho marrano.

He escuchado o leído alguna crítica adversa porque, en nuestros tiempos, se siga manteniendo como reclamo turístico, la tradición tenebrosa de la Moza de Ánimas. Mi opinión es que, si eso influye de forma positiva para la economía del pueblo, pues mejor que mejor. Es seguro que cuando se inició esa tradición allá en la lejana edad media, no pensaron en fines lucrativos y, además, la realidad nos demuestra que otras tradiciones de todo tipo, paganas o religiosas, siguen atrayendo al turismo en muchos lugares de todo el mundo.

                         



domingo, 18 de mayo de 2014

Las Hurdes... (2012)


-PINOFRANQUEADO.- Por segundo año consecutivo elegimos ese pueblo donde pasar unos días de descanso veraniego y como punto de partida para nuestros recorridos por el entorno. Nos alojamos en el mismo hotel. En aquella ocasión, desde la tarde del día 30 de julio hasta la mañana del día 4 de agosto, lo que supuso un total de cinco noches. Las tres últimas jornadas se unieron a nosotros un matrimonio amigo: Joaquín y Charo.


Los desplazamientos por la comarca fueron en parte diferentes a los del año anterior con motivo de conocerla con el mayor detalle posible. Como caso más notable visitamos El Gasco, una alquería de Nuñomoral que conserva el mayor conjunto de casas tradicionales, construidas en mampostería de pizarra, supongo que más como reclamo turístico que como viviendas habituales, pues la mayoría están deshabitadas y las que no, ya modernizadas.


Una mañana nos llegamos hasta las ruinas de la población romana de Cáparra, que atravesaba la antigua calzada llamada Vía de la Plata.

Cuando hace años transitaba con frecuencia por la carretera N-630 al norte de la provincia de Cáceres, siempre me llamaba la atención un arco de piedra que emergía solitario en mitad del campo, aunque su aspecto no daba lugar a dudas de que se trataba de una construcción romana.

Por aquella excursión tuve la oportunidad de desvelar el misterio. Se trata de un imponente arco cuadrifronte, único de esas características erigido en Hispania. Se situaba en el foro, donde confluían las dos arterias urbanas principales. Por las inscripciones latinas en uno de sus pilares, sabemos que lo mandó construir Marcus Fidius Macer a finales del siglo I D.C.

Con la visita que hicimos al centro de interpretación allí situado y el placentero paseo que dimos por la zona excavada, quedamos instruidos de su interesante historia. Llegó a ser municipio en el siglo I, cuando el “Edicto de latinidad de las provincias de Hispania”, decretado por el emperador Vespasiano.

Nos mereció la pena el desplazamiento, completado con el almuerzo en un poblado a orillas del cercano y extenso pantano de Gabriel y Galán.

En realidad, nuestra meta inicial, que no alcanzamos, no era otra que recorrer las solitarias calles de Granadilla, pero no lo aconsejaban las calurosas horas a que llegamos y después no tuvimos la ocasión propicia.

Ese pueblo pintoresco y monumental, cabecera de la comarca, fue expropiado, desalojado y los vecinos realojados en otros próximos a partir de mediados los años sesenta, cuando estaba previsto que quedara cubierto por las aguas del embalse. Resulta que no fue así y tras cambiantes y rocambolescas decisiones administrativas, terminó por ser declarado Conjunto Histórico Artístico en 1980 y comenzar su restauración desde entonces, pero continúa deshabitado de forma regular. Los antiguos vecinos acuden el 15 de agosto para seguir una tradicional celebración religiosa o el día de los difuntos.

Mi cuñado, quien ya conocía esa experiencia, nos aseguraba que se siente una sensación de soledad y misterio pasear por sus despobladas calles. Aunque existe un horario determinado para poder hacerlo.

A quienes interese esta curiosa historia, los remito al enlace anterior.

-SIERRA DE GATA.- Comentaba en el capítulo anterior que, para no extenderme, dejaría para éste el relato sobre esa comarca, lindante con Las Hurdes y también fronteriza con Portugal.

Esa zona también es muy montuosa y arbolada, con bosques de pinos y olivos, pero en ese caso son, además, muy abundante los robles. En algunos pueblos aún conservan dialectos propios y diferentes entre sí. Cada uno tiene su nombre.
Los pueblos para nosotros más representativos, al menos los que más visitamos, fueron los siguientes:


-Acebo.- Típico y nombrado por sus artesanales labores de encajes de bolillos, pero lo que más nos atraía eran sus piscinas naturales, incluso una de ellas con playa de césped, contando además en las cercanías con un amplio chiringuito, bien acondicionado y con variada oferta de comidas, en especial embutidos y carnes a la barbacoa y todo a precios razonables.


-Robledillo de Gata.- Varias fueron las veces que disfrutamos paseando por ese pueblo de bello conjunto arquitectónico, de calles con frecuencia estrechas y tortuosas y muchas de sus casas construidas con mampostería de pizarra y circundado por un arroyo de aguas frías y cristalinas.

En una visita al museo de un molino de aceite que allí existe, unos jóvenes que algo festejaban nos ofrecieron unas latas de cerveza fría. Que amables y que disfrute en aquella calurosa hora en torno al medio día. En general, siempre encontramos personas serviciales y atentas en todos nuestros recorridos.


-San Martín de Trevejo.- Otro bello municipio característico de la zona. Por algunas de sus calles fluye agua por pequeños canales, algo similar a como ocurre en el pueblo salmantino de Candelario, del que ya comenté en una entrada anterior.

También en este caso, gozamos varias veces “pateando” sus calles, pero la última visita coincidió a media tarde con un calor sofocante y nos limitamos a buscar la sombra de los soportales de una plaza y refrescarnos con varios helados.

De todas formas, tanto esa comarca como la lindante de Las Hurdes, debido a su altitud y boscosidad, no son tan extremas con los rigurosos calores veraniegos como el resto de la región. Incluso, por las noches refrescaba y podíamos disfrutar de deliciosas temperaturas.

El 4 de agosto iniciamos el regreso, pero haciendo la refrescante parada para el baño ritual del conductor (mi cuñado Eduardo, como de costumbre) en la piscina de Pedro Chate, en el término de Jaraíz de la Vera. También pausa para el descanso y el almuerzo.


Otras visita de camino fueron el Monasterio de Yuste, aunque esa vez no visitamos su interior. Sí el  cementerio alemán situado en su proximidad.

No hace muchos años, la embajada alemana de acuerdo con las autoridades españolas, decidieron sepultar allí los restos de los soldados alemanes víctimas de las dos guerras mundiales que por alguna causa habían caído en territorio español y estaban desperdigados por diferentes lugares.

Se eligió la cercanía de ese monasterio, por ser donde se retiró, falleció y estuvo enterrado hasta trasladar sus restos al Escorial, el emperador común, Carlos I de España y V de Alemania

Previamente, antes de llegar de anochecida a Sevilla, por la ruta de la Sierra Norte sevillana, hicimos otra parada en mi pueblo, Campillo de Llerena (Badajoz), donde mi cuñado hizo fotos del arroyo y de los Grupos Escolares, que me sirvieron para presentar en este mismo blog, sendas entradas etiquetadas en mi etapa infantil.


-IN MEMORIAN.- Aquel fue el último y menos intenso de los recorridos veraniegos, pues básicamente procurábamos, en lo posible, dar ánimo y facilitar reposo a mi cuñada Gloria quien, desde tiempo atrás, venía luchando valerosamente contra una grave dolencia; cruel enfermedad que le arrebató la vida al verano siguiente.

Parte esencial del Grupo, por su dulzura, su pronta sonrisa, su generosidad, su conformismo, su adaptación a cada situación y siempre con ánimo conciliador ante la más leve controversia, propia de toda convivencia. Además llevaba equitativamente las cuentas comunes, a veces con una nota humorística o anecdótica sobre el establecimiento donde se producían los gastos.

Para entonces yo tenía muy avanzada la escritura de estos relatos y fue tan intenso el sentimiento de tristeza que nos invadió, que surgieron serias dudas de cómo proceder en adelante con los mismos.

Finalmente se decidió publicarlos todos en su RECUERDO Y HOMENAJE pero, como si ella siguiera con nosotros, no publicar la tragedia hasta el final y así no darles un fondo triste, contrario al espíritu de este blog.

Como acostumbro en estos casos, remedando a la antigua Roma, le aplico el epitafio: Que la tierra le sea leve.

P.D.- Como cuando ocurrió el fatal desenlace ya tenía escrito un apéndice, independiente a los viajes del Grupo, pero relacionados con el mismo, he decidido publicarlo en la siguiente entrada, pero después sí considero llegado el momento más conveniente, para dar un brusco cambio temporal y dejar “aparcado” este tema.

Salvo alguna excepción, todas las fotos que ilustran las entradas de estos viajes, fueron tomadas por mi cuñado Eduardo.